Las experiencias cotidianas que nos hacen madurar: los éxitos, los fracasos, las alegrías, los sinsabores, el amor, en la cárcel amainan hasta casi desaparecer. Los reclusos, sobre todo aquellos que llevan años encerrados, viven en un tiempo suspendido, sin posibilidad de desarrollarse, atrapados en la monotonía de días idénticos, en la maldición de la rutina. Gabriela Gutiérrez M. llega a esta conclusión después de repetidas visitas a los centros penitenciarios de la Ciudad de México. En cada visita la aguardaba una sorpresa, un descubrimiento, una clave para entender la vida en la cárcel,